“Andalucía Resiliente” sale a luz gracias al trabajo colectivo desarrollado por numerosas personas y organizaciones de la sociedad civil andaluza que vienen trabajando juntas desde la pasada primavera con el impulso de Solidaridad Internacional Andalucía y la financiación de la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
El objetivo de la campaña es "sacar al colapso del armario" y movilizar a la ciudadanía hacia la urgente reconstrucción de la "resiliencia" de nuestros territorios y poblaciones con criterios de justicia ecosocial y global ante el colapso que nos acecha.
Durante la campaña se celebrarán cerca de un centenar de actividades entre las que se encuentran: charlas-debates, talleres participativos, espacios de encuentro entre personas y organizaciones, momentos de reflexión e indagación colectiva, mercados de economía alternativa y solidaria, ferias de iniciativas, exposiciones de fotografía, espacios de proyección futura, concentraciones y movilizaciones.
Este es el MANIFIESTO de la campaña, que puede firmarse AQUÍ:
Vivimos en la frontera de dos tiempos. Entre la fantasía del progreso material ilimitado y la certeza de los límites biofísicos del planeta. El siempre ansiado crecimiento económico global se retuerce ahora contra los límites ambientales y sociales que lo hacen manifiestamente insostenible. El colapso de nuestra civilización nos acecha. Podemos sentir su presencia.
De la mano de la crisis energética y el cambio climático, en los próximos treinta o cuarenta años, nuestra civilización industrial y de consumo se enfrenta no sólo a las ya crecientes y dolorosas desigualdades sociales o al evidente deterioro ecológico, sino a la amenaza de socavar, para siempre, las condiciones necesarias para la reproducción de la vida.
Ni la tecnología, ni las patentes, ni las renovables, ni la disparatada cuarta revolución industrial vendrán en nuestro auxilio con sus “sostenibilidades”. Son sólo medias verdades, descaradas mentiras o mitos irracionales detrás de los que escondernos para seguir con más de lo mismo. Cualquier cosa menos poner en duda el mantra y el objetivo del crecimiento económico, del que gobiernos y corporaciones transnacionales nos aseguran que depende el bienestar de nuestras sociedades.
Sin embargo, el PIB, su fetiche, crece y crece cada trimestre a pesar del desempleo, a pesar del precio de la vivienda, a pesar de la destrucción de la economía local, a pesar de la precariedad, a pesar de la desigualdad, a pesar de la exclusión… Y a cuenta de la privatización y mercantilización de lo público y de lo común, de la degradación de los ecosistemas y del agotamiento de los recursos naturales. La evidencia es clara: el modelo económico-financiero capitalista sobrevive sólo para el beneficio de unos pocos en base a las injusticias y las violencias que impone sobre las mayorías sociales y la naturaleza a través de una economía extractivista, clasista, patriarcal y colonial que se sostiene bajo una democracia de baja intensidad y mediante la corrupción, la represión, los conflictos armados, los desplazamientos forzosos, las formas de producción esclavas o el acaparamiento de tierras, agua y otros recursos. Y, sobre todo, gracias al miedo.
Un modelo, al fin, genocida y ecosuicida que hunde sus raíces en la hegemonía de una serie de valores culturales como el progreso, el individualismo y la dominación; y en instituciones como el mercado y la democracia liberal-representativa, desde donde se definen la estructura y la agenda económica, política y social en beneficio de las oligarquías que las ocupa.
Frente al empoderamiento de esas élites que, ante los límites ambientales, se manifiesta con carácter ecofascista, esta crisis civilizatoria también nos da la oportunidad de transitar hacia nuevas formas de organización basadas en valores alternativos que pongan en el centro el desarrollo de una vida buena para todas las personas, en equilibrio con los límites ecológicos del planeta y el bien común. Una transición que va a resultar decisiva en las décadas venideras, a medida que la producción industrial, el comercio global y los estados nacionales, de los que dependemos, se deterioren hasta el agotamiento en su imposible negación del colapso.
No obstante, este contexto no sólo supone una oportunidad, sino también un enorme desafío para quienes queremos sostener la vida en condiciones de dignidad. Un reto que requerirá de un profundo cambio cultural, social, político y económico, basado en el cuidado de la naturaleza y de las personas, el respeto a la diversidad, el fortalecimiento de lo común y la democracia radical, que busque la mejora de la resiliencia de nuestras poblaciones y territorios, fortaleciendo nuestra capacidad de sobreponernos a las adversidades e impactos venideros a través de:
la reducción de la complejidad y la velocidad de nuestros modos de vida,nuestras formas de habitar y transportarnos, reduciendo los consumos suntuosos y aquellos dependientes de las energías fósiles.
la apuesta por tecnologías adecuadas que nos permitan adaptarnos a los nuevos escenarios de escasez y cambio climático, en una conjunción del conocimiento actual con la recuperación de los saberes tradicionales;
el cambio radical en los modos de producción, el diseño de los asentamientos y la organización territorial, para que sean mucho más ahorrativos y eficientes;
el reparto equitativo de los recursos, la tierra y los trabajos socialmente necesarios-cuidando especialmente una distribución justa entre hombres y mujeres-;
la construcción de sociedades convivenciales e igualitarias en la diversidad, reconociendo e impulsando toda la riqueza de seres, poderes y saberes y superando las múltiples relaciones de dominación sobre la naturaleza y las personas (de clase, género, orientación sexual, etnia, nacionalidad, religión…);
y la puesta en marcha de políticas centradas en la satisfacción de las necesidades de las personas, desacoplándolas del crecimiento económico, y en la recuperación de los ecosistemas dañados o destruidos por el mismo. Políticas que atiendan a la emergencia social presente, al tiempo que permitan dar pasos en la reconstrucción de las resiliencias locales ante las siguientes etapas del colapso.
Y todo ello, sin perder de vista la necesidad de fortalecer las redes de apoyo mutuo y de solidaridad entre los pueblos, que nos alejen de opciones militaristas, racistas y excluyentes, ampliando así las posibilidades de una vida buena para cualquier persona y población del globo. Un horizonte de posibilidad que, sin duda, está hoy más abierto gracias al florecimiento de la movilización social, el desarrollo comunitario y la organización política protagonizado, durante los últimos años, por tantas personas, colectivos, comunidades y poblaciones a lo largo y ancho de este mundo.
En este camino hacia un futuro común, que sea deseable y sostenible, necesitamos de una sociedad civil fuerte, autoorganizada democráticamente, capaz tanto de comprender el momento de encrucijada histórica que atravesamos como de sumar voluntades, esfuerzos, prácticas y estrategias. Por ello, hacemos un llamamiento al conjunto de la ciudadanía para:
- visibilizar el proceso de colapso de nuestra civilización industrial;
- deslegitimar el mantenimiento de la lógica de la modernidad capitalista y de todo su entramado cultural, económico y productivo por su incompatibilidad con el desarrollo de la vida;
- legitimar un nuevo relato cultural entre las mayorías sociales que nos permita transitar hacia sociedades más democráticas, justas, equitativas, solidarias, sostenibles y diversas;
- y visibilizar, fortalecer e impulsar en nuestros campos, barrios, pueblos y ciudades toda una diversidad de movilizaciones, iniciativas y políticas capaces de disputar de forma no violenta una vida buena que vaya construyendo las alternativas que precisamos para lograr una…
¡Ciudadanía resiliente que cuide de la tierra y sus gentes!